martes, 4 de marzo de 2008

Alejandro y yo



Imágenes: Alejandro y Nicolás Michelini

El día que conocí a Alejandro llovía. Es raro, porque en esta ciudad no llueve de seguido. Los días en que llueve, mi estado de ánimo da un giro tan brusco como bruscas son algunas lluvias de esta ciudad. Las lluvias en Resistencia no son inesperadas, porque en esta región las lluvias suelen esperarse por casi cada uno de sus habitantes, excepto por...
Decía que el día en que conocí a Alejandro llovía. Llovía intensa y constantemente. Hacía calor en un comienzo en aquella mañana pero, en medida en que el asfalto se iba mojando, de él se desprendía calor/vapor emanando ese particular “olor a lluvia”, que en realidad no es otra cosa que “olor a asfalto mojado por la lluvia”, u “olor a tierra mojada por la lluvia”.
Lluvia y viento. Ambos fenómenos naturales igualmente necesarios y sorprendentes se complotaron aquella mañana para derribar a uno de los más viejos y resistentes árboles de la plaza central que, según la observación del señor Silva, era una Tipa Blanca, víctima del mal cuidado y del podado indiscriminado de sus ramas más bajas, en un estúpido intento de dejarla “más prolija” .
El primer fenómeno hizo lo suyo humedeciendo la tierra y desprendiendo de ella las musculosas raíces del gigante jovato. El segundo, por su parte, sopló tan fuerte esa mañana que intimó a las raíces del vejestorio a ceder ante la humedad del suelo y a dejarse caer, casi en slow motion.
Alejandro, como casi todos los días, jugaba en la plaza cuando el gigante cayó. Su madre es artesana aborigen y vende sus producciones en una de las pérgolas de la plaza. Cuando lo vi, observaba atónito cómo los municipales aserraban las ramas del árbol. Parecía estar en penitencia, y en sus ojos se reflejaba lo que en cientos de pares de ojos se refleja en el interior mismo de esta provincia.
Pero Alejandro es un muchachito de ciudad. Sus ancestros son aborígenes de rasgos duros y marcados, de ojos grandes y mirada amistosa. Algo de eso tiene Alejandro, que de cualquier manera no entiende de razas ni de colores. Alejandro también mira a través de un ojo digital y le gusta mucho, aunque mucho no entiende cómo es que una imagen se reproduce en una pantalla tan chiquitita y cómo los instantes pueden congelarse para pasar a una eternidad digital, que es aún más efímera que nuestra pequeña felicidad de día sábado.
Alejandro se busca un sábado en una micromemoria de 512 megabytes como quien se buscó en el registro ondulante y temporal de las diminutas lagunas formadas aquella mañana en la plaza central, el día en que me conoció. Y el día en que me conoció llovió y el viento sopló. Y la ciudad se limpió y yo y él nos limpiamos con ella, y hasta quizá eso nos permitió conocernos, de alguna manera, más puros y sin necesidades de explicaciones de acontecimientos pasados.
Ese sábado volví a la plaza. Él no se acordaba de mí, claro. Y yo me acordaba de él como si tuviese en el disco duro de mi memoria una fotografía suya en blanco y negro observando atónito, como penitente, cómo los municipales aserraban una Tipa Blanca. Pero ese sábado no llovía, y ambos estábamos más sucios que limpios, cada uno a su manera. El sol dejaba todo en evidencia, aunque a ninguno de los dos nos importó intentar siquiera ocultarlo.
Alejandro está en la plaza en este momento, lo sé. Yo estoy acá hurgando en mi hard disk mental en búsqueda de algún resquicio que me permita recordarlo tal cual es. Él está allí esperando que algún turista cualquiera abra grande la boca ante las artesanías de las manos de su madre. Su madre está esperando por una educación acorde, y quizá por un futuro que hoy se presenta un tanto borroso, nublado. Casi casi tan nublado como aquella mañana de octubre. Otras lluvias volverán a lavarnos pero quién sabe cuándo, quién sabe dónde y quién sabe si ese día no será demasiado tarde o tan irremediablemente temprano, para cualquier cosa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola salame... que lindas las fotos de Alejandro.. y lo que escribiste...obvio... espero que estés bien.(siempre)...nos vemos querido...
Casicomoyo