domingo, 30 de marzo de 2008

Pedazo de sueño

Imagen: Nicolás Michelini

Un pedazo de sueño, de sueño entero, en la mitad de una noche que no es en colores.

El viento como protagonista de una historia que se mira a los ojos con la sorpresa, desafiándose una a otra la inconstancia de sus apariciones. Un día que comienza soleado y termina sumergiéndose en tonalidades grises, en intensos negro y blanco fundidos entre ellos.

Como si nada, alguien aparece y desaparece. Después, queda una estela vacía en la que bailan las moscas en espiral. Y entonces la certeza de que ya nada va a ser de la misma manera, de que el mundo tendrá otro olor a partir de.

Génesis en una esquina y ocaso en otra. Las calles vacías de una ciudad recién lavada y oscura. La maldita imposibilidad de sentir otra cosa que no sea felicidad. Los tiempos que comienzan a caminar, que ya no corren. Un teléfono que de tan negro se volvió gris y otro que de tan gris se ennegreció. El humo de nuestros cigarrillos ascendiendo entre los dedos carcomidos y ella que juega a que baila descalza y con un rodeo marea el mundo que me sostiene.

El vino en la boca y la boca en la copa. La copa en la mano y la mano que no para de temblar. Nadie sabe bien por qué todo esto, no hay explicaciones lógicas y si las hay mi trabajo no es buscarlas hoy. Mi trabajo será vivir en un mundo lleno de contrastes, y soportarlos, si es que aún se puede. No hay recompensas, excepto la delicadeza de saberse realizado. No hay satisfacciones, excepto el olvido y el recuerdo.

viernes, 28 de marzo de 2008

Sin retorno, sin lamentos


Imágenes: Nicolás Michelini

Esos relojes no tienen retorno. Ni siquiera estos digitales modernosos de agujas fluorescentes ni esos de arena cómoda y deslizante. Mucho menos los solares, si son los mismos rayos de la mañana los que hoy te nublan el día. Esos relojes no tienen retorno, y hacia allí vamos todos.
Hay noches que tampoco tienen retorno, aunque de alguna manera sus brisas y sus pequeñísimas-diminutas-casi-invisibles gotas y sus ventiscas mariconas se encaprichen en que así sea. Sellan, pero no. Hay noches que no tienen retorno, aunque éstas no sean todas. Y no hay lamentos al respecto.
Hay espejos que absorben y deforman una realidad y la devuelven aberrante y hay también reflejos de agua que escupen vida ondulada con la fidelidad de un disco vinilo bailando en circular. Estos reflejos deberían tener retorno, y hasta casi se permite la duda de que así sea.
Hay música esperando acurrucada en un rincón de la habitación. Asecha y pretende levantarse, volver a sonar y hacer bailar a las paredes, colorearlas en altibajos sonoros y serpentinos. Esa música existe porque tiene retorno, y exige el mínimo de atención, tres minutos treinta y tres de ojos cerrados, sin esfuerzo.

Temprano en la mañana me despierto y escucho un rechinar de ventanas. Tu mirada achinapelmazada no tiene retorno, además de que tu nariz de uva blanca la sostiene con firmeza, y eso provoca un escalofrío que recorre la columna vertebral de abajo hacia arriba, y se desprende en rayos furiosos que rajan el cielo un jueves cualquiera.

Quizá esté equivocado pero tal vez esté en lo cierto, y este último es y será el problema.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Life is a pigsty



Imágenes: Iliana Lifchitz

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

It's the same old S.O.S.
But with brand new broken fortunes
And once again I turn to you
Once again I do I turn to you

It's the same old S.O.S.
But with brand new broken fortunes
I'm the same underneath
But this you, you surely knew

Life is a pigsty
Life is a pigsty
Life is a pigsty
Life is a pigsty
Life, life is a pigsty
Life, life is a pigsty
Life, life is a pigsty
Life is a pigsty

And if you don't know this
Then, what do you know?
Every second of my life I only live for you
And you can shoot me
And you can throw me off a train
I still maintain
I still maintain

Life, life is a pigsty
Life is a pigsty

And I'd been shifting gears all along my life
But I'm still the same underneath
This you surely knew

I can't reach you
I can't reach you
I can't reach you anymore

Can you please stop time?
Can you stop the pain?
I feel too cold
And now I feel too warm again

Can you stop this pain?
Can you stop this pain?
Even now in the final hour of my life
I'm falling in love again
Again

Even now in the final hour of my life
I'm falling in love again
Again
Again
Again

I'm falling in love again
Again. . .
Again. . .
Again. . .

Morrissey -Ringleader of the Tormentors-

lunes, 17 de marzo de 2008

¿Vomitamos o retenemos?

Imagen: Nicolás Michelini



Y cuando ella me decía que estaba cansada de esperar y que las palabras se le pudrían dentro si no las comunicaba, yo la interrumpí y le dije que quizá habría que comenzar a buscar otra vía, una manera alternativa para despojarse de las cosas de adentro sin la necesidad de atropellar al casual -o no- receptor. Que hasta podríamos pecar de egoístas si simplemente vomitábamos lo que no queremos que dentro supure, si además de todo no tenemos en cuenta los tiempos y los espacios de los demás, sus estructuras armadas, o en proceso de ejecución.
Y ella que todavía seguía con la idea de ser egoísta, o comenzar a serlo, y en pensar un poco más en ella porque ya demasiado en los demás y muy poco para sí misma. Prefirió ir a bañarse, y dejar que los pensamientos se le escurran por las cañerías y desagüen en alguna calle sucia, de algún barrio triste en día domingo. “Así cualquiera”, pensé yo, que de la misma manera había sido egoísta dos veces en el día y dos veces más que sumaron cuatro pero de otra forma, por otro canal y aún más irracionalmente.
Nadie a quien culpar un día domingo, excepto a uno mismo. Nadie en quien deslizar las torpezas propias y los exabruptos emocionales domingo por la tarde. Ideal para tomar café sí, o para ir al cine, también pero no. Ideal pero imposible, si todos pretenden hacer lo mismo un día así y se chocan en la calle, en los pasillos de los supermercados, en las heladerías, en los paseos de compra.
Entonces la revelación. La presentación en nuevo envase descartable de una convicción vieja, usada y con resultados no muy negativos, si al corto plazo lo razonamos. Callar, una vez más callar y guardarse todo eso que uno piensa que piensa que debería transmitirlo, porque uno y el otro deberían estar al tanto, quizá. Digamos, sí, buscar otra solución a la podredumbre y hasta adornarla si es posible. Sahumerios aquí y allá y ya no habrá olor. Algunos colores por aquí y en aquél lugar otros y ya no quedan grises a la vista del mortal.
Pararse, acostarse, levantarse, sentarse y volver a pararse para continuar pensando que todo va seguir fluyendo hacia abajo, pero ya sin intervenciones autoritarias, arbitrarias porque sí nomás, porque egoísmo puro e insano, esta vez. Volver a la tiranía Real del uno mismo para uno mismo y con uno mismo y a partir de allí para el otro, si al fin y al cabo es eso lo que vinimos a buscar hace mucho tiempo ya. Otra vez la sensación sucia, la mano manchada de dígitos y el cuerpo susurrando un “no lo hagas” al oído. Otra vez ese yo más insensato que inocente pero inocente al fin. Y había sido que no hay culpables, no. Es domingo y la culpa existe hoy menos que nunca. Busquemos e inventemos entonces nuevas sensaciones, y nuevas definiciones para ellas; dejemos la culpa de lado, y comencemos desde cero, a ver qué tal nos va... esta vez.

martes, 11 de marzo de 2008

Puente (nostalgia de los)

¿Y quién me dijo que salir desesperadamente a buscarte iba a dar resultados? Un lunes, además... un lunes al atardecer. Lunes de comienzo de clases. ¿Por qué hay tanta gente en la calle hoy? ¿Por qué todos parecen estar tan irremediablemente desesperados? ¿Por qué todos se miran unos a otros? ¿Por qué se parecen tanto?


Me voy al margen. Me lo sugirió Marioneta cuando me lo crucé entre tanta gente sola: “Andate a los márgenes Gusanín, qué hacés por acá…” Le hice caso, y sólo un poco. Habría que buscar un puente. Uno cerca. Al margen, pero cerca.

Ahí nomás estaba. Llegué solo, solo y sin esfuerzo. La bicicleta llegó sola, y sin esfuerzo. Sí, ella ya sabía a dónde y cómo ir pero… ¿Por qué ahí? ¡No seas tan evidente, cabronazo! Usá la cabeza. ¿Quién te dijo que un puente? ¿De dónde lo sacaste? ¿Acaso volvieron los delirios cortazarianos? Otra que Oliveira y La Maga. Andáaaaa… otra que Traveler y Talita. ¿Qué demonios estás buscando? Carroña, materia muerta y en descomposición.

Como sea, los puentes que valen la pena, esos que tienen magia en sus... en sus... en sus... iba a decir que esos que tienen magia en sus..., no sé... quizá esos están en Paris, pero no hay Manuelita en Paris hoy, se quedó sin barniz esta vez, otra vez. Como este puente que ahora me atraviesa, mientras que debería ser al revés y también el agua, sin barniz.

Y un puente no es más que eso, pienso: un puente. Una herramienta también, sí, pero a la vez tantas cosas juntas, amontonadas, me contradigo. Y un puente no parece ser sólo ese cruzar de un lado hacia el otro, sortear un río, una laguna. Un puente es también el cielo raso de este clocharde, acá nomás. Y es el colchón invertido de tres parejas dos días a la semana y es además la unión exacta de aquellos dos, que hoy son opuestos. Y que mañana.



Y no te encontré... ¿Pero por qué tenía que encontrarte? Había algo importante que anunciar, algo que callé... pero que ya olvidé.

Un puente es y puede ser casi cualquier cosa pero, antes que nada -justo ahí, en el centro-, un puente nos permite la síntesis de sentirnos inmortales que caminan sobre las aguas al mismo tiempo que nos ofrece la mortalidad inmediata del suicida. Tirarse o cruzar: de eso se trata siempre, creo. (R.F. “Mantra”)

sábado, 8 de marzo de 2008

Una vuelta por el origen





Imágenes: Nicolás Michelini

-------

Apoyé mis brazos en la barandilla y clavé los ojos en el horizonte. El sol ardía tantito más en la nuca que en los hombros. Observé el paisaje tan detalladamente como pude y era atractivo. Pero además de atractivo, ese paisaje así, como lo veía yo, ya no era virgen; era la fiel reproducción de una fotografía que alguna vez alguien ya había sacado, estaba convencido. Y ese “había” remontó al pasado y el pasado remontó al abismo, y el abismo a la profundidad y la profundidad al inevitable dolor de cabeza.
Entonces el impulso, el deseo casi innato de caer y de dejarse llevar por la fuerza de la gravedad. Ir cayendo e ir desprendiéndose de los colectivos y de las computadoras, de las noticias y de las casualidades, de las carpetas y los teléfonos celulares, de las bocinas y de los edificios en construcción.
Y allí abajo, comenzando por los pies, el agua. Y el abrazo entero y la protección del agua, después.
La vuelta al origen, al comienzo de la vida, de la vida mía sin otra, de la madre tierra y de la madre agua, que ahora empapó y abrazó de cuerpo entero, de alma ahogada. Y achicarse y achicharrarse y bicho bolita sólo un rato antes de emerger es algo más que una necesidad. Es el llamado del Yo No Nato. De este que no recuerda una vida nuevemesina pero que se sumerge ahora en una placenta de agua tibia, de un río de oro casi marrón. Y tener la certeza de que dentro hay vida, mientras fuera todo se muere tan lentamente, tan agonizantemente y para siempre.



-------

martes, 4 de marzo de 2008

Alejandro y yo



Imágenes: Alejandro y Nicolás Michelini

El día que conocí a Alejandro llovía. Es raro, porque en esta ciudad no llueve de seguido. Los días en que llueve, mi estado de ánimo da un giro tan brusco como bruscas son algunas lluvias de esta ciudad. Las lluvias en Resistencia no son inesperadas, porque en esta región las lluvias suelen esperarse por casi cada uno de sus habitantes, excepto por...
Decía que el día en que conocí a Alejandro llovía. Llovía intensa y constantemente. Hacía calor en un comienzo en aquella mañana pero, en medida en que el asfalto se iba mojando, de él se desprendía calor/vapor emanando ese particular “olor a lluvia”, que en realidad no es otra cosa que “olor a asfalto mojado por la lluvia”, u “olor a tierra mojada por la lluvia”.
Lluvia y viento. Ambos fenómenos naturales igualmente necesarios y sorprendentes se complotaron aquella mañana para derribar a uno de los más viejos y resistentes árboles de la plaza central que, según la observación del señor Silva, era una Tipa Blanca, víctima del mal cuidado y del podado indiscriminado de sus ramas más bajas, en un estúpido intento de dejarla “más prolija” .
El primer fenómeno hizo lo suyo humedeciendo la tierra y desprendiendo de ella las musculosas raíces del gigante jovato. El segundo, por su parte, sopló tan fuerte esa mañana que intimó a las raíces del vejestorio a ceder ante la humedad del suelo y a dejarse caer, casi en slow motion.
Alejandro, como casi todos los días, jugaba en la plaza cuando el gigante cayó. Su madre es artesana aborigen y vende sus producciones en una de las pérgolas de la plaza. Cuando lo vi, observaba atónito cómo los municipales aserraban las ramas del árbol. Parecía estar en penitencia, y en sus ojos se reflejaba lo que en cientos de pares de ojos se refleja en el interior mismo de esta provincia.
Pero Alejandro es un muchachito de ciudad. Sus ancestros son aborígenes de rasgos duros y marcados, de ojos grandes y mirada amistosa. Algo de eso tiene Alejandro, que de cualquier manera no entiende de razas ni de colores. Alejandro también mira a través de un ojo digital y le gusta mucho, aunque mucho no entiende cómo es que una imagen se reproduce en una pantalla tan chiquitita y cómo los instantes pueden congelarse para pasar a una eternidad digital, que es aún más efímera que nuestra pequeña felicidad de día sábado.
Alejandro se busca un sábado en una micromemoria de 512 megabytes como quien se buscó en el registro ondulante y temporal de las diminutas lagunas formadas aquella mañana en la plaza central, el día en que me conoció. Y el día en que me conoció llovió y el viento sopló. Y la ciudad se limpió y yo y él nos limpiamos con ella, y hasta quizá eso nos permitió conocernos, de alguna manera, más puros y sin necesidades de explicaciones de acontecimientos pasados.
Ese sábado volví a la plaza. Él no se acordaba de mí, claro. Y yo me acordaba de él como si tuviese en el disco duro de mi memoria una fotografía suya en blanco y negro observando atónito, como penitente, cómo los municipales aserraban una Tipa Blanca. Pero ese sábado no llovía, y ambos estábamos más sucios que limpios, cada uno a su manera. El sol dejaba todo en evidencia, aunque a ninguno de los dos nos importó intentar siquiera ocultarlo.
Alejandro está en la plaza en este momento, lo sé. Yo estoy acá hurgando en mi hard disk mental en búsqueda de algún resquicio que me permita recordarlo tal cual es. Él está allí esperando que algún turista cualquiera abra grande la boca ante las artesanías de las manos de su madre. Su madre está esperando por una educación acorde, y quizá por un futuro que hoy se presenta un tanto borroso, nublado. Casi casi tan nublado como aquella mañana de octubre. Otras lluvias volverán a lavarnos pero quién sabe cuándo, quién sabe dónde y quién sabe si ese día no será demasiado tarde o tan irremediablemente temprano, para cualquier cosa.

domingo, 2 de marzo de 2008

Ir y volver e ir

Imagen: Nicolás Michelini

It´s a long wild ride

Ir y volver, ir y volver e ir

Ir y volver, ir y volver e ir

Ya va a llegar

siempre fue así

es lo que hay

Ir y volver e ir

Ir y volver, ir y volver e ir

Ir y volver, ir y volver e ir

Y es por acá

Es por acá

Es por acá

Es por acá

Ir y volver, ir y volver e ir

Ir y volver, ir y volver e ir

It´s a long wild ride...

Texto: Martín Buscaglia