martes, 30 de diciembre de 2008

Lo mío es irme silbando

Imagen: Norita Rotondaro

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¿Qué se le ocurre decir hacia los fines de un año?
¿Que termina este y comienza otro… nuevo?
Y la novedad, no digas.
Que la paz que la prosperidad que no sé qué ni cuánto más.
No, no puede ser así. Nunca paz, y la prosperidad hasta dónde.
Un número continuidad del otro mejor, y lógicamente consecuencia del anterior y del anterior.
Pero consecuencia, no borrón y nueva cuenta.

¡Ay el ritmo decadente!
Fuegos de artificio.
¡Ay de tus ojos cielo!
La abuela la tía la prima la hija la novia la perra con miedo.
Calor.
Quedate vos, cara de pan dulce.
Lo mío es irme silbando.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Tan sucio que el corazón

Imagen: o Rosemary o Joaquinete, no sé bien; estaba ocupado en otras cuestiones



Es uno mismo el que va ensuciándose la vida y después no sabe cómo despojarse de toda esa mugre. Es uno mismo el que juega en el barro, hasta que se le mete entre las uñas, en los oídos, en todas partes.
¿Será que no sabemos todavía qué es lo que queremos de y para nosotros? No puede ser, si ya estamos a tiempo, hace mucho tiempo. Hicimos tantas cosas que, al menos, debería haber servido para perfilarse un poco; para tener una estúpida minúscula idea de por dónde es que hay seguir caminando, o si hay que correr, o parar un poco. O parar un poco... Pero no era eso, porque eso se parece más a un asqueroso balance de fines de año que a la suciedad diaria. No, definitivamente no es eso. Es la mugre, esa propia, o la ajena que involuntariamente se te pega, es la tierra pegada al cuerpo transpirado.
Y ahora me pica el cuerpo por ellos, por mí.
Y ahora me anuncian lluvias. El cielo se oscureció de un momento a otro. Quizá sea una buena oportunidad para lavar ciertas dudas. Es sólo cuestión de salir...
Y en eso estoy, hace un buen y largo rato.




Imagen: Nicolás Michelini



miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tres tristes tigrecillos, Juanita, la bicicleta y yo

Imagen: Nicolás Michelini. Modelos: JuaniTa, Te y Tí.
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Nada se pierde; todo se transforma. Al menos eso dicen y, cada tanto, uno se da el lujo (lujo sí, lujo hoy en día) de comprobarlo. Pero, ahora, una cosa: ¿puede una bicicleta playera convertirse en tres felinos que en realidad se asemejan más bien a tres roedores? Me parece que no, aunque quizá sí.
Ayer por la mañana me desperté, me levanté y, como de costumbre, Juanita me interceptó camino al baño para exigir la primera y necesaria carga de alimento balanceado en su plato. Refregó su cara, su cabeza en mi pantorrilla y, vista desde las alturas, realmente se parecía mucho a rombo gigante. “Bueno -me dije-, supongo que de un momento a otro sale algo de allí dentro”. Cargué su plato, me aseé, me vestí un poco y salí en una bicicleta prestada hacia la Casa de los Gobiernos de los Pueblos de las Provincias de los Chacos.
Pasado el mediodía regresé y no vi a Juanita. Imaginé que estaría vagando por los techos aunque desestimé la idea por el horario (a la hora de vagabundear, lógicamente, ella prefiere las noches).
Me preocupé. Su doctora me había dicho que al momento de dar a luz, los felinos son todavía más independientes de lo que son normalmente. Entonces me había pedido que no lo haga. Preocuparme digo, pero me preocupé de todos modos. Al rato se me pasó, y al otro rato me volví a preocupar, mientras freía las primeras torrejas de arroz de mi vida. Salieron exquisitas, y fueron acompañadas por gaseosa y Salsa Golf. Después intenté no pensar en Juani y me acosté a dormir una merecida siesta, hasta alrededor de las 16.30 horas.
Me levanté esperanzado de encontrar a Juanita pero no, ella no estaba, ni el nivel de alimento balanceado de su plato había cambiado, así que tampoco había estado mientras yo dormía la mona… digo… la siesta. “¿Qué hago?”, comencé a razonar, aunque eso suene a ciencia ficción.
Llamé a Rosemary Navarrete, puesto que además debía encontrarme con ella para ir a ver un filme. Los EduKadores más precisamente, bajo el ciclo “Amor Libre”, organizado en el Departamento de Cine y Espacio Audiovisual de la Subsecretaría de Cultura (futuro Instituto de Cultura) del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de los Gobiernos de los Pueblos de las Provincias de los Chacos.

- “Gusa…”, atendió Rosemary.
- “Sí yo. Tengo un problema, o dos, o muchos, no sé bien, pero sobre todo uno: Juani no aparece, no está, creo que se fue a parir por ahí, a los techos, a la casa de atrás, no sé, no sé, no sé”.
- “Bueno, pero buscá bien, fijate atrás, en el pasillito de la puerta que da al patio, en todos lados”.
- “Ro, ya hice todo eso, no está, no está”, protesté. “Creo que necesito una escalera, voy subir al techo, y eso tendrá que ser por afuera”, pensé en voz alta.
- “Y trepá por la casillita del gas, por donde sube ella”, sugirió.
- “No, acordate que hay rejas. Ella puede salir, yo no”.
- “Bueno, hagamos algo. Yo la llamo a mi mamá, no sé, veo si consigo una escalera y te devuelvo la llamada, pero vos seguí buscando”.
- “Vale”.

A los 12 minutos llamó.

- “Ro..”, respondí.
- “Listo, conseguí la escalera, le pedí a mi mamá el auto así que me baño, termino de editar e imprimir unos textos para el ciclo y voy para allá”, se atolondró ella.
- “Fantástico”, dije sin saber muy bien por qué usé esa expresión si en realidad de “fantástico” nada tenía lo que ella me había dicho, más bien era una realidad a concretarse.
- “Ah -especulé-, traeme una cajetilla de cigarrillos de venida”.
“Nhájahá", fue la onomatopeya que escuché del otro lado, su risa claro, pero no cualquier su risa.
- “No, pará, dejá nomás, mejor salgo a caminar un poco y busco un quiosco, en el de la esquina no tienen, voy a lo del Turco”, dije y me di cuenta de que absurdamente estaba caminando en círculos en el living de la casa, mientras hablaba con ella.
“OK, en un toque yo voy para allá”, dijo y cortó inmediatamente.

Fui a lo del Turco. Regresé.

Cuando abrí la puerta del frente y entré (un poco encandilado por el sol del mundo) vi la cajonera donde guardo algunas prendas no uso y entonces otra vez me pongo a pensar. En flashback, recordé que por la mañana temprano, antes de salir hacia la Casa de los Gobiernos de los Pueblos de las Provincias de los Chacos, juanita merodeaba el sector en una actitud más que sospechosa.
La cajonera del living de mi casa en la que guardo prendas que no uso tiene cuatro cajones. Yo abrí el tercero (el tercero contando de abajo hacia arriba, desde el piso hacia el techo, hacia el cielo). Lo hice lentamente, centímetro a centímetro. De pronto descubrí que algo en la remera color verde musgomarihuano se movía. De allí asomó la primera cabecilla, el primer esbozo de vida en crudo que vieron mis ojos en mucho tiempo. Entonces aceleré el proceso y allí estaban: Juanita acostada de lado y tres tristes tigrecillos que mamaban excitadamente de tres de sus tetillas.

- “¡Cortá todas las gestiones, ya fue, están acá, los encontré, son tres, son bellísimos, son como ella!”, exclamé en una nueva llamada a Rosemary.

- “Nhájaháaaaaahhh…”, ¿rió? “¡Visteee!, tenían que estar ahí, ya le decía yo a Joaquino, ya le decía yo que me parecía raro que no se quede ahí. ¿Dónde estaban? No los toques, ¿cómo son? ¿chiquititos? Fijate el…”, etc etc etc.
Después de sugerencias varias y preguntas más, me dijo que salía para la sala, que nos encontrábamos allí “en quince”.

Efectivamente, "en quince” nos encontramos en el DeCEA. Puse candado a la bicicleta prestada (la mía se pinchó la última vez que había ido a ese mismo lugar, así que tuve que pedir una de prestadita). Bebimos dos cervezas antes de entrar. La primera no estaba buena, la segunda sí. Después entramos a la sala.
A los 40 minutos de película me dio por ir al baño. En el baño pensé en salir a fumar un cigarrillo a la vereda, y a echar un ojo a la bicicleta prestada. Todavía orinando, desistí de esa idea puesto a que para qué iba cortarme la película por ir a fumar un cigarrillo que -sabemos- hace mal, mientras que lo otro, la película -sépanlo- me estaba haciendo bien. Y, en el otro caso: para qué iba a salir yo a ver la bicicleta si cualquiera de las dos posibilidades que existían (que esté o que no esté donde la había dejado), iban a cambiar nada. Todo esto a excepción de una tercera posibilidad, que era la de salir justo justito en el momento en que el caco esté ahí, forzando el candado en un intento de llevarse una bicicleta que no era, que no es, ni suya ni mía porque la mía -si recordamos- se me pinchó la última vez que fui al DeCEA, hace más o menos una semana.

Cuando terminó la película salí y la bicicleta, desde luego, no estaba. Se habían llevado hasta el candado. Grace -la mamá de mi amigo Mariano Fernández-, quien también había estado en la sala y venía saliendo ya por la puerta de la derecha me vio y me saludó. Yo le dije que “qué linda película, ¿viste?”. Me respondió que sí y no sé qué más. Le conté que me acababan, o no, de robar la bicicleta, una que no era la mía. Se alegró en cierto modo de que no haya sido la mía (¡ja!) y me lo hizo saber. Grace se veía contenta anoche.
Llamé a la dueña, le comuniqué las malas nuevas, me dijo que no importaba. Se me cortó la conversación porque se terminó el crédito del teléfono. Fuimos a buscar un lugar para beber algunas otras cervezas. En el camino hicimos algunos chistes sobre la bicicleta prestada y robada. No bebimos muchas, pero me parece que me emborraché un poco, sólo un poco. Regresé caminando a mi casa a las 2.55 de la mañana. Abrí la puerta y los tigrecillos seguían allí, dormían.
Los miré tiernamente durante más o menos dos minutos. Apagué las luces, les dije buenas noches y me fui a dormir. Soñé que miles de velas petizas y gordas conformaban una senda que dirigía hacia algún lugar en la oscuridad.

Era de noche, pero eso es algo de lo que prefiero no hablar.

domingo, 14 de diciembre de 2008

AUTISMO



Imagenes: Nicolás Michelini





Pretende salirse con la suya pero no. Doscientas veintitrés razones lo esperan en las alturas para comunicarle la mala novedad: que vuelve todo, una vez más, a la terrible normalidad.
Y la mala siempre es mala hasta que uno la termina de digerir. Y uno siempre buscará generar esas malas porque la tranquilidad de no tener problemas es todavía más incómoda que la intranquilidad de tenerlos.
Entonces ningún salirse con la suya, ninguna vida simplificada a mano. Desafiar mejor a la cordura y caminar en el límite de lo que esta mente humana puede sobrellevar. Todas estas paredes abismalmente blancas, todas esas luces extremadamente fluorescentes.
Entonces los trajes planchados y otra vez una sonrisa fuera de lugar, de esas que no se van a terminar de definir nunca. Quizá, tal vez, porque no sea una sonrisa. Quizá, por ahí, es ese gesto casi natural que precede al llanto.

“¿Podés preguntarle al autista ese qué va a hacer al final?”

El autista este va a seguir rascándose los cojones hasta el fin de sus días y de sus noches. Este autista va a buscar los mecanismos adecuados para encajar donde no hay encaje posible. Sonreirá o llorará las veces que sean necesarias, pero no pondrá su vida en las manos del gigantesco monstruo que vos y él y aquellos siguen alimentando.
Quizás unas migajas, de tanto en tanto, por qué no.
Quizá una caricia al monstruo dormido, cuando los negocios cierran, cuando tu agenda se guarda, cuando las luces se apagan y los buenos muchachos escuchan el “buenas noches” que les corresponde.






viernes, 5 de diciembre de 2008

¿Sin tildes?

Imagen: Nicolás Michelini
Modelo ocasional y/o fortuita, aunque tampoco tanto: Rosemary Navarrete



(Fragmento de una no tan extraña conversación con esa hermosa persona que posa para la lente)

.






si
no voy a poner mas
acentos nunca mas.
aunque no se interprete estoy
enojado y triste

amore.
avisarte.
viernes.
día duro.
dis¿loca?da.

maso
pero el recital de anoche fue
increíble ay se
me escapo el
acento de

aceptadas
escurre
viento
cuerpos
sé cómo

ahí
hueco en la arena y el agua
huellas
perro
ausente

palabras
desiertas
desean
calor
no se pronuncian.

regalo
foto
querés
qué triste, qué lindo
acentos

infinita
terrible
tristeza
dice:
se me van

perdon
amo
acostumbrarme
vida sin
tildes


físicamente
también puede ser tambien
juega a ser
(invisible)
en a

hacer
poesía
tiempo
entiendo
no es suficiente

quitando fotos
sensación
sonrisa
cuerpo
digo

escuchaste
palabra
significado
escuchaste
recupera esa carga

sacándole a
alguien
apropiando
no pone acento
uno escucha

extraño
abandonarnos
tono!
arrancaste maldita sonrisa
sono asi: hn

jajajaja
caniche escondido entre
garganta
nariz
lindo

fotos
ventanas
quitamos
dia
(puse un moco en la tecla del acento)

ahora
sonó con todo
escucharlo
quieta
Morrissey es el señor

reencarnación posmo
placebo
me caí
::::::::::::::::::::::::::::
gustarìa hacerte unas fotos.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Soy un Virus

Imagen: Nicolás Michelini
.
"Conozco el dolor desde niño cuando bajaba corriendo, afiebrado, hacia la costa de las aventuras y me encontraba siempre con esa cárcel de rutinas en que consiste la vida.
Porque estamos aquí, en donde todo es dolor y todo nos resulta gratis porque el sol se quema todos los días como un bonzo que se suicida por tristeza.
En donde las sonrisas terminan siempre en puñaladas.
Y en donde el primer pez cuando tuvo hambre se convirtió en asesino.
El dolor de estar aquí, en donde los pájaros aprenden a leer y a escribir las leyes que prohíben volar.
Esos viejos flacos y orgullosos en el supermercado arrastrando un carrito vacío con los ojos bajos y en silencio.
Porque ellos creen que el silencio es de bravos.
Esos viejos muertos de hambre que trabajaron toda una vida y no se roban ni una uva.
Esos viejos que se cruzan con un muchacho rubio de pelo largo que no los ve porque va pensando en el futuro.
Porque este es un mundo de jóvenes que olvidan su origen y de viejos que no recuerdan el destino.
Pero si las moscas usaran corbata, si las balas cantaran blues, si el cielo sacudiera su viejo culo azul y las ventanas católicas de los edificios explotaran... igual, igual habría un anciano babeando fantasías sobre las piernas de una muchacha. E igual habría todos esos tipos con caras de clavo sonriendo por las calles del mundo.
En una tribu de monos, en una fiesta de esclavos, en una calle de zombies.
Yo no soy un hombre, soy un virus en tu mente.
Un hombre solo en un cuarto, regando una planta, sufriendo porque nadie le habla o nadie lo toca y sólo le cabe recordar.
O las camareras de los bares nocturnos de polleras cortas que van naufragando entre las brumas del deseo.
O las conversaciones de mis amigos, que antes soñaban ser héroes y ahora cobran un sueldo.
Están inyectando una jeringa de miedo en las venas del mundo.
Yo no siento ni pienso, yo no amo ni odio, yo no vivo ni muero y no puedes conmigo, soy un virus en tu mente.
Yo tenía veinte años y siempre estaba borracho en una pieza mugrienta, viendo reflejar mi rostro sobre las frías paredes del mundo, ahora tengo casi sesenta, y nunca lo vi. Nunca vi a un hombre encendido y llameante. Un hombre que cuando levantara la mano a encender un cigarrillo yo viera en sus ojos los ojos de un tigre, acechando en el viento el paso del tiempo para matarlo.
Siempre vi los ojos del miedo, los ojos tristes de la nostalgia. En una tribu de monos, yo no siento ni pienso, en una fiesta de esclavos, yo no amo ni odio, en una calle de zombies, soy un virus en tu mente".


Enrique Symns

martes, 2 de diciembre de 2008

Falsa y programada vida de un filósofo barato y delirante


Que se muestra y que se esconde,
que infecta su entorno,
que todavía no lo tiene decidido,
que le cuesta en demasía,
que intenta de todas maneras,
que juega con sus lamentos,
que espera más,
que encuentra menos,
que niega al alma,
que tose mentiras,
que respira calamidades,
que cierra fuerte los ojos,
que palpa oscuros colores,
que no quiere verlos,
que repite obviedades que siempre sobran,
que será necio pero registra,
que recorre los momentos,
que se anima a poco,
que se arrima igual.

Que respira hondo de tanto en tanto
y que es entonces cuando se siente injusta y estúpidamente orgulloso de lo que pretende ser.

(“Arrástrate y suplica gusano del espanto”, me dijo en sueños.)





Imagen: Nicolás Michelini