jueves, 24 de abril de 2008

Timbó

Dicen algunos cuentólogos y leyendólogos que este árbol simboliza el Amor Paternal. Personalmente, a este último no lo conozco; pero al árbol sí y debo sincerarme en la terrible sensación de inferioridad que provocan acaso dos minutos de estacionarse en la amplitud de su sombra. Dicen muchas cosas los cuentólogos y leyendólogos. Entre ellas, la historia que a continuación se detalla:



Saguaá era un viejo cacique indio: alto, musculoso, de melena tirando a gris y de plumas rojas bajo la bincha. La india que compartía su toldo le había dado varios hijos varones seguidos y, recién al final, una hija, llamada Tacuareé quien fuera criada como una princesa. Princesa salvaje, es cierto, pero con mimos de “princesa Real”. Al llegar a los quince años, Tacuareé se enamoró del hijo del cacique de la tribu vecina, que era enemiga, y como por las leyes indígenas no podían unirse en matrimonio, se unieron ellos por la sola voluntad del amor ante el máximo sacerdote de sus creencias primitivas: el Sol.
La princesa, así, desapareció del toldo, es decir del hogar, pues el hijo del cacique, huyendo a su vez de los suyos, le había llevado lejos. El padre de la joven, desesperado e impulsado por el irracional y estúpido Amor Paternal, salió con un grupo de guerreros a “rescatar” a su hija. En su busca cruzaron bosques, ríos y arroyos; escalaron serranías y anduvieron durante meses bajo las blancas lunas. Pero llegó el invierno y los guerreros, creyendo que el cacique había enloquecido de dolor y presagiando a la vez que la princesa no iba a ser hallada, lo abandonaron.
Sin embargo, el tozudo y viejo cacique continuó la búsqueda él solo; aunque ya no era “el jefe” -el Tubichá- quien lo sostenía en su intento, sino su amor de padre. De tiempo en tiempo se detenía y apoyaba una de sus orejas en la tierra, siempre con la esperanza de oír, a lo lejos, las pisadas de la princesa añorada. Así pasó el invierno y, al llegar la primavera, los guerreros partieron en busca del cacique. Luego de mucho andar lo hallaron, aunque ya estaba muerto. Al intentar levantarlo, notaron que una de sus orejas estaba unida a la tierra y que la misma había echado raíces en ella. Con cuidadoso esfuerzo lo levantaron, pero la oreja quedó unida al suelo. De esa oreja nació una plantita que fue creciendo, creciendo hasta convertirse en un inmenso y hermoso árbol al que pusieron nombre de Timbó. Hoy, ese árbol tiene las semillas con la forma de la oreja humana de color oscuro, como fue la oreja del viejo indio, quien muriera con la cabeza aferrada a la tierra en la inútil esperanza de oír los pasos de la hija que, imaginaba, volvería.

(Algunas correcciones fueron autoritaria y arbitrariamente hechas por Nicolás Michelini, quien no se hace cargo de ningún tipo de reclamo por parte de cuentólogos o leyendólogos que acusen malformación de textos originales)


Algunos detalles acerca del Timbó:
Desde tiempos inmemoriales, el Timbó ya era usado por los aborígenes. Los tobas construían canoas con su tronco. Simplemente ahuecaban uno que fuera recto y que tuviera el tamaño apropiado. Tanto las hojas como la corteza y los frutos tienen aplicaciones en la medicina popular. Tobas y pilagás usan sus frutos como sucedáneo del jabón. Hojas y corteza son usadas como ictiotóxicos (tóxicas para los peces) Tiene la virtud de aletargar, emborrachar o producir la muerte a los peces, permitiendo su fácil captura, sin que la carne se vuelva tóxica para el consumo humano. Los amerindios usaron este sistema cuando querían conseguir pesca abundante, sobre todo en las festividades. Sus raíces son utilizadas aun como veneno para peces en pequeños arroyos, tampoco se usa indistintamente para toda clase de peces los hay inmunes o muy resistentes a la acción de las sustancias activas de estas plantas.




Nota: En la ciudad de Resistencia, existe un barrio de la etnia aborigen Toba que lleva por nombre Timbó. En su entrada, se puede percibir dos árboles de esta especie de tamaños por demás considerables. El barrio, además, se caracteriza por poseer una gran variedad de árboles autóctonos que lucen sus copas bajo el ardiente sol del Chaco. Os invito a pegarse una vuelta por allí y a charlar con la amigable gente del lugar...
-.-.-.-.-.-
Imágenes: Nicolás Michelini

lunes, 21 de abril de 2008

De vueltaS

Imagen: Nuria Fleita Zain

¿Y si -como dicen los que dicen- las casualidades son puro cuento chinesco?
¿Y si todo comienza en un punto pretendiendo llegar a otro pero, en el camino, se topa con una gran metáfora y decide seguir sus párrafos?
¿Y si al fin y al cabo estamos solos?
¿Y si no lo estamos? (¿Acaso eso calma esta calamidad, esta presión en la cabeza?)
¿Y si te digo que eso que de a poco y en línea recta se fue aquel día, otro cualquiera regresa zigzagueante cual bumerang?
¿Y si nos quedan todavía un par de certezas en los bolsillos? (¿Qué hacemos con ellas?)
¿Y si dejamos de buscar “cosas bellas”, y nos detenemos en realidades?
¿Y si la carretera elegida esta vez es larga y, sobre todo, salvaje?
¿Y si aprehendimos un poco los rastros que van dejando algunos cambios y dejamos que la historia se siga contando sola?
¿Y si la vanidad era eso que dejamos en la puerta de la habitación, sin dejarla entrar?
¿Y si dormís a mi lado esta noche e intentamos inocentemente no despertar?
¿Y si… y si… y si…?

martes, 8 de abril de 2008

Un antes, un durante y un después

Imagen: Nicolás Michelini

Cruzamos puentes
Pintamos colores
Caminamos veredas
Oficializamos relaciones
Buscamos respuestas
No entendemos amor
Vaciamos mentes
Organizamos vidas
Elaboramos premisas
Concebimos enigmas
Grabamos música
Ignoramos fechas
Generamos displicencia
Encontramos salidas
Publicamos opiniones
Soportamos desaciertos
Procesamos placeres
Intentamos risas
Sepultamos recuerdos
Desnudamos imágenes
Advertimos consecuencias
Diseccionamos sentimientos
Mezclamos energías
Descubrimos esquinas
Conseguimos perfección

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No entendemos opiniones
Ignoramos desaciertos
Procesamos vidas
Sepultamos esquinas
Generamos sentimientos
Advertimos salidas
Organizamos música
Intentamos displicencia
Diseccionamos veredas
Vaciamos amor
Publicamos placeres
Conseguimos consecuencias
Desnudamos mentes
Mezclamos fechas
Encontramos enigmas
Descubrimos vidas
Grabamos risas
Buscamos puentes
Concebimos energías
Pintamos relaciones
Elaboramos respuestas
Oficializamos colores
Caminamos imágenes
Cruzamos premisas
Soportamos recuerdos

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Generamos colores
Cruzamos recuerdos
Desnudamos energías
Pintamos amor
Caminamos imágenes
Intentamos opiniones
Oficializamos desaciertos
Sepultamos esquinas
Mezclamos risas
Diseccionamos puentes
No entendemos respuestas
Elaboramos salidas
Conseguimos vidas
Procesamos premisas
Soportamos enigmas
Concebimos veredas
Vaciamos fechas
Organizamos música
Buscamos displicencia
Descubrimos relaciones
Publicamos sentimientos
Ignoramos perfección
Grabamos mentes
Advertimos consecuencias
Encontramos placeres


Sabés a lo que me refiero, ¿verdad?

lunes, 7 de abril de 2008

Pantalones cortos

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Lo que primero dejaste que descubra
fueron tus rodillas negras
-chuecas maravillas, sobrevivientes de la Quinta Guerra
de los Jardines de la Infancia Eterna-
Asimétricas y perfectas pantorrillas
que no entendieron nunca de protocolares medias,
de estrictos uniformes escolares...
(¿mediaban los mentirosos ochentas?).

Esquinas cansadas que dejaron atrás
la inocencia, el café con leche
y las canicas.
Las mañanas en la plaza esperando
inútilmente
a los pies del tobogán,
rozar siquiera
tus tobillos inquietos.

Y las amapolas de doña Paula,
los gritos de doña Paula,
la corrida de doña Paula...
la internación de doña Paula;
la penitencia de tres días
y medio
que fueron tres años,
tres vidas enteras fueron.

Después las cosas, simplemente
dejaron de ser.
Primero yo:
el nuevo barrio
y la nueva plaza...
nuevos toboganes y nuevas esperanzas.
Luego vos:
los nuevos largos pantalones
-de cortos cumpleaños viejos,
el amigo que suple, con gomina
y estúpida sonrisa imberbe.

Casi quince años pasaron
desde aquel verano,
y quince amapolas en el suelo
esperando ser...
Veinticuatro años que sirven
de nada,
que se
vuelcan arrepentidos

al cada día más sólido
piso de tu altillo;
ese que me enseñó en febrero
las chuecas negras rodillas,
de tus pantalones cortos.


Febrero del 2005




Imágenes: Nicolás Michelini

viernes, 4 de abril de 2008

Buscamos


Luís Escarlón, de 70 años, se encuentra albergado en el Hogar de Ancianos “San José”, desde el 12 de marzo pasado. Estamos buscando a sus familiares, y no somos pocos.

De alguna manera, nos encontramos en la situación de búsqueda de familiares o conocidos de Luís Escarlón, hombre de 70 años, a quien la poli lo cachó “vagando por las calles, evidentemente perdido” (según reza la síntesis oficial de la Dirección de Prensa del Gobierno del Pueblo de la Provincia del Chaco), a partir de un anónimo al otro lado del tubo del teléfono.
Según se supo, Escarlón habitaba una residencia junto a su hermano, Rito, en la localidad de Gobernador Martínez, uno de los departamentos que recortan la vecinísima provincia de Corrientes. Este último, habría acompañado a Escarlón a la casa de su otra hermana, Ramona, perteneciente y asentada en la ciudad en la que vivimos algunos, nosotros... esta Resistencia.
Pero el rollo es que de alguna manera nos encontramos en la situación de búsqueda, una vez más y afortunadamente. En este caso es Luís, mañana quizá es usted, pequeñísimo lector. Entonces, de tener algún dato relacionado a los escasos ya brindados; no pierda el tiempo irrecuperable y sea amable, solidario y, por favor, comuníquese con la Dirección de Ancianidad del Ministerio de Desarrollo Social y Derechos Humanos de la provincia del Chaco (no se asuste, son muchos nombres pero eso es todo) al 3722-453220 o bien, al Hogar “San José” al 3722-463580, lugar donde actualmente se encuentra quien fijo te mira en la fotografía.
Como dato secundario, y sin necesidad de darle demasiada trascendencia -aunque podría servir de referencia para algún que otro por demás atento-, fuentes oficiales indicaron que Escarlón se habría extraviado en el punto en el que su hermano (Rito) lo trajo hacia... esta Resistencia.

Gracias, y muchas gra
cias por su colaboración.

jueves, 3 de abril de 2008

Chapoteando en las tinieblas

Imagen: Nicolás Michelini



Y además hoy a mí y a mí y también a mí me dijeron algo que quedó dando y dando vueltas en mi cabeza, en los poros de mi piel, en mis pulmones sucios, en las paredes de mi hígado oxidado: “Los seres humanos somos más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los ángeles de las historias antiguas”. Es una Gran verdad, aunque no haya ningún misterio en esa frase de vaya-a-saber-uno-de-quién-es (invito al lector a que investigue y me lo comunique, si es que quiere y le sobra tiempo, ganas). Es sólo que nunca lo había visto de esa manera, nunca.
Estamos mal hechos, esa es la realidad que veo. Quienquieraquesea que creó esta raza -la humana, claro- cometió un error, o varios. El tema en cuestión es que su proyecto fracasó tan rotundamente que hoy hasta su misma creación sufre las consecuencias de su equivocación. Y entonces vivimos haciendo las cosas mal, haciéndonos mal unos a otros, algunas veces sin darnos cuenta, otras con pleno conocimiento de causa. No somos culpables, es cierto, ni siquiera el supuesto “creador” lo es. No existe la culpa, acaso un feroz y cruel invento de la iglesia Católica.
Y nos ponemos violentos, y violentamos. Y nos volvemos necios, y nos equivocamos una y otra vez. Y decimos “te quiero” y no sabemos realmente si tenemos la capacidad para hacerlo. Y prometemos y no cumplimos, simplemente porque no nos importa. Y besamos y decimos sentir los besos y a los dos minutos estamos haciendo zapping en la TV como monos entrenados (las disculpas correspondientes a los queridos simios, pero estos que imagino están entrenados, enfermante y eternamente entrenados).
Y así se nos escapa esta temporalidad terrena, casual. Así se nos pasan los días, las horas, los segundos. Nos reímos, sí, claro… mucho a veces pero, ¿sabemos de dónde sale esa risa? ¿Es fruto de alegría o es tristeza disimulada? ¿Es descargo emocional patético y sin sentido o es sinceridad plena y transparente? Ni vos ni yo lo sabemos, no seamos hipócritas, no esta vez. Nos golpean tanto día a día, que ni siquiera nos dan tiempo a que nos demos cuenta de las llagas que nos van dejando. Pequeñas cosas, de a una o todas juntas, amontonadas:
Ese bocinazo innecesario, esa agresividad en la nuca, el perro flacoescuálido, la cerveza caliente en el almacén, el suicidio sobrejustificado de un chamo, un caramelo por el vuelto, un pobre bolsín de mercadería social y asistencialista, el niño que llora desconsuelo en el cuadro, un pescado en la vereda de una casa de deportes, y mi vida goteando y haciendo eco en la canilla de tu baño.
¿De qué hablamos cuando hablamos de tristeza? ¿Eh Raymond Carver?, ¿de qué hablamos cuando hablamos de tristeza?, ¿de esta raza condenada a muerte?, ¿de nosotros mismos?



Ya lo creo amigo, ya lo creo.



Imagen: Guadalupe Latorre
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miércoles, 2 de abril de 2008

Si consideramos

Imagen: Nicolás Michelini

"Si consideramos lo que puede verse:
motores que nos vuelven locos,
amantes que acaban odiándose,
ese pescado que en el mercado
mira fijamente hacia atrás adentrándose
en nuestras mentes,
flores podridas, moscas atrapadas en telarañas,
motines, rugidos de leones enjaulados,
payasos enamorados de billetes,
naciones que trasladan gente como peones de ajedrez,
ladrones a la luz del día con maravillosas
esposas y vinos por la noche,
las cárceles atestadas,
el tópico de los parados,
hierba moribunda, fuegos insignificantes,
hombres suficientemente viejos como para amar la tumba.

Estas y otras cosas
demuestran que la vida gira en torno a un eje podrido.

Pero nos han dejado un poco de música
y un póster clavado en el rincón,
un vaso de güisqui, una corbata azul,
un delgado volumen de poemas de Rimbaud,
un caballo que corre como si el diablo le estuviera
retorciendo la cola
sobre la hierba azul y el griterío
y después, de nuevo, el amor
como un coche que dobla la esquina,
puntual,
la ciudad a la espera,
el vino y las flores,
el agua corriendo a través del lago,
y verano e invierno y verano y verano
y de nuevo invierno."


Charles Bukowski

martes, 1 de abril de 2008

Luz

Imagen: Nicolás Michelini


No digas que no te tuve en cuenta, que no puse mis codos y mis sienes en tu espectro esa madrugada. Si te escondiste y te encontré es porque te busqué desesperadamente, como el loco que no soy. Tenías que intentar enseñarle a este ciego hacia dónde ir, convencerlo de que no todos los pasos están errados, que todavía quedan pequeñas grietas tuyas por donde filtrar tanto tiempo perdido, tantas equivocaciones necesarias.
Un ciego tropezando. Buscando eso que estaba a su lado, eso que se movía y que respiraba y que latía pero que no se dejaba percibir, no más allá de un aroma, una tarde húmeda, un silencio cualquiera (y también este).
Nada más ausente que una presencia imperceptible, impalpable. Nada más irritante que la nada materializada en un segundo, un vacío tan lleno de vacío y el eco de un grito de auxilio tan lejano e intenso, tan colmado de desencuentros.
Camino en circular, remarcando surcos absurdos, dándole vueltas a los nombres, jugando con los dedos mojados, besándole los zapatos al destino, perdonándole su atrevimiento, su atemporalidad molesta, respetando los temores ajenos, y los propios.
Y no ansíes, por favor, que no te mantenga despierta esta noche.
No busques, oh, por favor, la excusa perfecta para no iluminar.
Con los ojos cerrados me elevo y voy dejando la oscuridad tras mis pies.
En ascendente voy. Trepo sin esfuerzos. Me siento ágil, mentirosamente ágil.
Ya estoy llegando, te estoy alcanzando.
Pero todavía queda un trecho más...
Y yo no voy a caer,
no esta vez.