lunes, 4 de octubre de 2010

Algo más de Mompiche

Llegamos a dedo y sin saber a dónde nos metíamos. Sí, porque a Mompiche uno se mete por un camino similar al que se recorre para llegar al Cabo Polonio. Sentados en las piedras que llevaba un camión al pueblo, comenzamos a descubrir el ambiente selvático que sólo está separado de la costa por un cordón de montañas. Así que llegamos y nos instalamos en un camping unos días, pero rápidamente nos acomodamos en un restaurant abandonado sobre el mar, que estaba habitado por algunos argentinos que ya habíamos conocido tiempito atrás en algún país que hace tiempo dejamos atrás.

Así que allí acampamos hasta que ellos se fueron y allí nos quedamos con los que llegaron: Paola, una italiana que lleva una gran vida gestándose dentro y Laia, su perra flaca y con parásitos que nació en las Islas Canarias y que ahora pasea por Sudamérica. A ellas las acompaña Susana, una salteña charlatana y psicóloga que aporta la cuota de cordura en la pequeña familia ésta, la que nació en Mompiche.

Las últimas semanas nos movimos a unas cabañas que nos prestaron un poco más allá, sobre la playa. La administradora (Fabiola, un personaje tarantinezco), quería viajar un poco a visitar a su familia en las sierras y nos dejó encargado el lugar, así que estamos en eso y acomodándonos todos los días. Las cabañas están rodeadas de cocoteros (esas palmeras que dan cocos). Nosotros aprendimos las diferentes clases de coco que hay y cómo bajarlos y abrirlos. Cada pipa (el coco maduro, es decir con mucha agua de coco y poca pulpa) la vendemos a 50 centavos de dólar y así la estiramos y la llevamos; los cocos, que tienen mucha pulpa y poca agua, la usamos para cocinar, o comer a mordiscos; los animales vienen a pedir su porción. El lugar es hermoso y privilegiado. Estamos hacia el final de la playa y hay pavos, pavas, gallinas que todas las mañanas ponen el huevito para el desayuno, y perros, bastantes perros. No es común encontrar gente que te de un techo, sus huevos y sus papas ( que tiene en abundancia) y además, nos da ideas para hacer comida y vender. Fabiola se fue diciendo hagan.

Cuando estuvimos en el restorán abandonado, vivíamos al lado de un corral de vacas y toros. Nos pegamos garrapatas y garrapatitas. Así que nos pasamos sacándonos bichos del cuerpo como los monos casi, uno detrás del otro. Hay pájaros de colores, de esos de revistas. Naranjas, negro con alas amarillas y uno todo rojo; sus visitas son muy cortas… ya les sacaré algunas fotos. También hay peces de todo tipo. Desde la costa una mañana vimos ballenas, los delfines es más común ver, y vimos una tortuga gigante!. Los pescadores salen muy temprano a la mañana y vuelven y venden en la costa lo que el mar les dio. Si uno lo ayuda a desenredar las redes, ellos te regalan pescados. Vivir así da bastante gusto y en el pueblo ya de a poco nos conocen y saben quiénes somos y dónde estamos. Clorito, otro personaje de película, me dio su djembé africano para que le cambie el cuero, así que a eso me aboqué en estos días. Diana macramea mucho y cocina todavía más. Es que es lindo cocinar porque, además de haber cocina, hay en los alrededores mucha leña, así que todas las noches y tardes y mediodías hay fuego encendido. Además estamos conociendo frutos, verduras, cereales y pescados. Enamorados del plátano, del coco y rapadura.

Ahora estamos en Quito, y sigo sosteniendo que desde afuera o desde lejos de vez en cuando la visión se aclara y los acontecimientos, algunos, tienen más sentido. Lo cierto es que a Mompiche volvemos, porque de alguna manera seremos parte de ese momento en su vida y en la vida de esa vida que vive ahora adentro pero que en unos días ya buscará su camino hacia este mundo. Entonces eso, algunos encargos para el día en que esa vida vea la luz o el agua y arreglar algunos asuntos burocráticos en la embajada, Migraciones y Relaciones Exteriores. ¿Qué haremos? Vamos a intentar que nos otorguen tres meses más en el país y así volver a Mompiche y después seguir recorriendo. Lo bueno de Mompiche es que cerca del pueblo, una multimeganacional cadena de hoteles que, por cuestiones éticas, no voy a dar su nombre, se instaló en una playa llamada Portete y allí vamos a vender nuestros trabajos. Cuando el día es bueno, se pueden hacer unos 35 dólares parchando sólo por la mañana. Veremos. Sabemos que puede convenirnos para juntar algunos verdes y entrar a Colombia mansos y tranquilos y vacaciones y todavía más relajación y así. Estamos un poco en eso. Confiemos en que el abogado que conocimos en Migraciones nos haga esos papeles que prometió y nos den esos benditos 90 días. Es, a decir verdad, un poco estresante el tema con Migraciones en Ecuador. Creo que a los oficiales les pagan un dinerillo extra por deportar ilegales, entonces los tipos con toda la energía buscan caminantes sin papeles, que no hay pocos. Ahora mismo, sin ir más lejos, dos oficiales de Migraciones entraron al hotel y están pidiendo pasaportes. Por suerte Diana no está, porque ella no tiene el suyo.

Las fotos de Quito ya vendrán, mientras dejamos un montonazo de fotos de Mompiche para que, de alguna manera más visual, sepan en qué andamos cuando andamos.

Los queremos, los extrañamos, los alabamos y bendecimos, pero no volveremos pronto, sépanlo.

Ahí van un par de pares de imágenes...