La princesa, así, desapareció del toldo, es decir del hogar, pues el hijo del cacique, huyendo a su vez de los suyos, le había llevado lejos. El padre de la joven, desesperado e impulsado por el irracional y estúpido Amor Paternal, salió con un grupo de guerreros a “rescatar” a su hija. En su busca cruzaron bosques, ríos y arroyos; escalaron serranías y anduvieron durante meses bajo las blancas lunas. Pero llegó el invierno y los guerreros, creyendo que el cacique había enloquecido de dolor y presagiando a la vez que la princesa no iba a ser hallada, lo abandonaron.
Sin embargo, el tozudo y viejo cacique continuó la búsqueda él solo; aunque ya no era “el jefe” -el Tubichá- quien lo sostenía en su intento, sino su amor de padre. De tiempo en tiempo se detenía y apoyaba una de sus orejas en la tierra, siempre con la esperanza de oír, a lo lejos, las pisadas de la princesa añorada. Así pasó el invierno y, al llegar la primavera, los guerreros partieron en busca del cacique. Luego de mucho andar lo hallaron, aunque ya estaba muerto. Al intentar levantarlo, notaron que una de sus orejas estaba unida a la tierra y que la misma había echado raíces en ella. Con cuidadoso esfuerzo lo levantaron, pero la oreja quedó unida al suelo. De esa oreja nació una plantita que fue creciendo, creciendo hasta convertirse en un inmenso y hermoso árbol al que pusieron nombre de Timbó. Hoy, ese árbol tiene las semillas con la forma de la oreja humana de color oscuro, como fue la oreja del viejo indio, quien muriera con la cabeza aferrada a la tierra en la inútil esperanza de oír los pasos de la hija que, imaginaba, volvería.
(Algunas correcciones fueron autoritaria y arbitrariamente hechas por Nicolás Michelini, quien no se hace cargo de ningún tipo de reclamo por parte de cuentólogos o leyendólogos que acusen malformación de textos originales)
Algunos detalles acerca del Timbó:
Desde tiempos inmemoriales, el Timbó ya era usado por los aborígenes. Los tobas construían canoas con su tronco. Simplemente ahuecaban uno que fuera recto y que tuviera el tamaño apropiado. Tanto las hojas como la corteza y los frutos tienen aplicaciones en la medicina popular. Tobas y pilagás usan sus frutos como sucedáneo del jabón. Hojas y corteza son usadas como ictiotóxicos (tóxicas para los peces) Tiene la virtud de aletargar, emborrachar o producir la muerte a los peces, permitiendo su fácil captura, sin que la carne se vuelva tóxica para el consumo humano. Los amerindios usaron este sistema cuando querían conseguir pesca abundante, sobre todo en las festividades. Sus raíces son utilizadas aun como veneno para peces en pequeños arroyos, tampoco se usa indistintamente para toda clase de peces los hay inmunes o muy resistentes a la acción de las sustancias activas de estas plantas.