martes, 6 de mayo de 2008

¡Menudo mundo este! Y vos, y yo




Y se abre un camino que nadie sabe muy bien hacia dónde conduce. El horizonte se disipa y, a allá lejos, tan cerca mío, sólo -y nada menos que- una inmensa bola de humo rojo se alza imponente. Nadie sabe bien qué pasa ahora, pero no son malos augurios, ya no hay de esos en el 2008.
Fuera, el mundo estalla esta mañana. El mundo brilla otoño aunque las puertaventanas de la habitación continúen cerradas, y permitan sólo la entrada de pequeños rayos horizontales de luz rojiza, casi soberbios todos, y en el que bailan vals las partículas de polvo.
Hay vino en el refrigerador; blanco y tinto. Hay comida pudriéndose en la cocina y hay platos sin lavar en la mesa. Los mosquitos zumban al oído y las moscas deambulan desorbitadas. El baño apesta, realmente apesta. Hay cuentas que pagar desparramadas en el suelo, olvidadas, amontonadas. Hay tierra en los rincones y hay mugre debajo de los pocos muebles de la casa. La ropa, también sucia y las medias olorientas, dentro, llenando cada ambiente de hedor. La garganta carraspea en cada respiración, y hay sangre y mocos en el lavabo. El corazón... bueno, inconstante, arrítmico, como ya es costumbre. No hay obra social aunque, de haberla, no habría ganas de lidiar con algún matasanos cualquiera. Y hoy se apareció un intenso dolor en el cuello, en la nuca, en la espalda. Supongo que algún mal movimiento, o una mala posición al dormir..., no lo sé. Encima, la uña del dedo chico del pie izquierdo está cada vez más mocha. Desde su interior asoma un algo genialmente amorfo, color negro mate, sin contextura por el momento.


Pero nada realmente importa cuando ella se quita las pesadísimas sábanas de encima y va a por un vaso de agua hacia el refrigerador, dejando todo ese espacio en ese lado de la cama. Apoya primero un pie descalzo y después el otro, casi disimuladamente, sobre el frío piso de la habitación. Me pretende durmiendo aún. En puntillas se apresura hacia la puerta. La abre con esfuerzo. Un segundo estático de su cuerpo que ahora es contraluz en mis ojos, bajo el marco que separa la habitación de un cubículo lo suficientemente extraño y cómodo, familiar a la vez.
Tampoco algo importa cuando la siento correr la puerta del baño: entonces la imagino bajándose apresurada las bragas negras, apoyando sus muslos en el gélido inodoro. Y la imagino cerrando los ojos en esa exacta actitud de placer, de que algo más en este mundo fluye hacia abajo. También yo cierro los ojos, y la puedo ver aún mejor, más claramente. Y entonces la veo cortando pequeños trocitos de papel higiénico, limpiando y secando sus partes. Ahora es el ruido de la cadena el que llega hasta la habitación, el agua fluyendo hacia abajo, también, como casi todo en el mundo, aham. De repente la escucho corretear por los pasillos, reírse sola, como si acaso estuviera condenadamente loca. Me gusta esa reafirmación, eleva el deseo todavía un poco más de este lado.
Y entonces vuelve a la cama con una botella en la mano y un cigarrillo encendido en la otra; se sienta en el borde y echa un trago. Después baja la cabeza y se presiona la nuca con ambas manos. El pelo revuelto es la cortina del escenario de su espalda, donde algunos de los lunares esperan ansiosos su turno en todo esto. Se da media vuelta, me observa y de inmediato sonríe; continúa pretendiéndome dormido. Yo la espío desde debajo de las sucias y pesadas sábanas, desde donde además, ahora, sale una mano serpiente y se enrosca en sus piernas y sube, muy lentamente, hacia las caderas, la rodea sin vergüenza y de repente un poco de fuerza hacia acá, ahora hacia allá y todo el juego vuelve a comenzar en un día que amanece tarde pero eso es afuera. Dentro, es y seguirá siendo de noche.




(Cazar la botella, cerrar los ojos, beber del pico y por un momento olvidarse de la fluidez del mundo. Por un momento -por ese momento-, que el mundo sea apenas eso que gira lentamente en nuestros pies sólo mientras, justamente, no estemos así, acá, ahora, en esta interminable y palpable oscuridad. Y hasta el día que volverá, o no...)
-.-.-.-
Imágenes: Nicolás Michelini

2 comentarios:

Anónimo dijo...

intimidad invaluable, luz roja la quimica en murcielago, vos y yo encerrados sin querer escapar.
Porque no hay precios para esto, porque somos sin querer dueños de algo valiosísimo. Porque es prioridad cuidarlo... Por mas masitas con dulce, mas temprano, mas seguido...(tehcshdfdcosos)

Luciano dijo...

hermosa y contingente intimidad. Invaluable cotidianeidad en la punta de nuestros dedos palpándola a veces sin gusto, otra saboreándolas desde el paladar. Y porque no queda más que este mundo lleno de vana posibilidad. Inútil y desperdiciada posibilidad de vivir, valoremos esos instantes.
PD: Me dio un poco de asquito el placer que te provocan esos momentos escatológicos.
PD2: Igual me gusto